
Después de varias semanas de trámites y malentendidos, pude volver. Lo bueno: descubrí, para cuando vayan, un deli argentino en pleno Toquio donde se pueden comprar milanesas de soja (parece que desde la llegada de Casero hubo un giro brasileño/argentinista en la culinaria japonesa). Lo malo: no pude llegar al entierro de Gilligan.